SOBRE LO QUE ESCRIBO Y POR QUÉ

No escribo para enseñar.
Tampoco para convencer, sino para comprender.
Escribo para sostenerme, para recordar, para ordenar el caos, porque a veces aprendo mientras lo hago.

Del mismo modo que pinto desde una emoción que se instala en el cuerpo antes que en la mente, escribo para dar forma a lo que no tiene forma todavía. Como quien abre una puerta, no como quien señala un camino.

Cada una de mis palabras es una pincelada, a veces firme, a veces temblorosa. Pero siempre auténtica.

Son mapas personales que trazo mientras camino, por si a alguien le sirven de faro o espejo.

Escribo porque el arte no siempre cabe en un lienzo. 

Porque hay días en los que necesito construir el significado antes de mezclar el color.

Porque hay pensamientos que no se atrapan en una imagen, pero sí en una frase.

A veces escribo para poder pintar después, como quien limpia una superficie antes de comenzar un trazo. 

Escribo porque en cada frase hay una posibilidad de verdad y porque hay algo dentro de mí que no se calla hasta que lo nombro.
Y la verdad —aunque duela, aunque incomode— es el único lugar donde sé que merece la pena quedarme.

Si esta reflexión te ha tocado, puedes suscribirte a mi boletín, donde comparto pensamientos, historias y nuevas obras que buscan un hogar que las comprenda.